Jersón liberada: ¿la tumba de Putin?
Jersón es una ciudad al sur de Ucrania conocida por albergar uno de los puertos más importantes a orillas del mar Negro y del río Dniéper. Su localización es clave en términos bélicos, pero Rusia conquistó esta ciudad en marzo de 2022 y en un tiempo récord, provocando así el mayor desastre y vergüenza militar de Ucrania. Este 11 de noviembre, las tropas ucranianas confirmaban la reconquista del enclave. Muchos hablan ya del tercer fracaso de Putin: tras no tomar Kiev y el éxito de la contraofensiva ucraniana en Járkov, llega la retirada de Jersón. Hoy, desde El Tablero, estudiaremos la importancia de este enclave y las estrategias que pueden tomar ambas potencias.
Jersón en manos rusas.
Primero de todo, debemos diferenciar entre Jersón como región (óblast) y ciudad, que es también la capital de la provincia homónima. De hecho, una vez tomada la ciudad, es necesario sortear el río Dniéper para poder tomar el resto de la región (aquí el punto clave). El 11 de noviembre se decretó la total liberación de la capital, no de la provincia.
Esta ciudad había sido hasta ahora la única capital de provincia que Rusia había logrado conquistar y mantener en su poder. De hecho, debemos tener en cuenta que Jersón es una de las regiones que Rusia incluyó en los referéndums de anexión que el resto de la comunidad internacional han tachado de ilegales. Como es evidente, esta retirada de un “territorio propio” no hace más que aumentar el simbolismo en torno a este fracaso, pues Putin declaró que defendería cada una de estas nuevas regiones (de hecho, estas declaraciones llegaron, en su momento, a interpretarse como una mención indirecta a la amenaza nuclear).
Debemos destacar esta ciudad, primero de todo, por el núcleo industrial que alberga. A este se suma una destacable cantidad de centrales energéticas que la región acoge, siendo este un hecho todavía más relevante si tenemos en cuenta que el invierno está cada vez más cerca y que Rusia lleva semanas focalizándose en destruir todos los recursos energéticos posibles del contrario. La zona también es clave, en términos de localización, por ser una gran vía de suministro armamentístico.
Además, Putin veía la provincia de Jersón como una vía abierta para tomar Mykolaiv y Odesa, dos ciudades de gran relevancia más al oeste de Ucrania y con las que, bajo su poder, Rusia podía cerrar el acceso al mar Negro a Ucrania.
De hecho, los planes rusos no acababan aquí, pues si la conquista continuaba más hacia el lado occidental podrían abrir un corredor completo hasta Transnistria, punto clave ruso.
Jersón en manos ucranianas.
Es evidente que una primera ventaja que surge tras la toma de la capital y a favor de los ucranianos es el valor simbólico de esta. Ya hemos explicado que esta era la única capital de provincia en manos rusas y que, además, fue tomada de forma exitosa y en poquísimo tiempo, por lo que los ucranianos apenas ejercieron alguna resistencia.
Como ya hemos ido comentando, Rusia decretó la retirada estratégica de sus más de 30.000 soldados de la zona, ubicándolos en la actualidad en la otra orilla del río Dniéper. Putin decretó este movimiento tras comprobar que la mayoría de sus rutas de suministro habían sido eliminadas a manos de las fuerzas ucranianas, por lo que la resistencia en la propia ciudad se había vuelto una misión imposible.
A diferencia de la retirada de Járkov (que mencionamos como el segundo de los tres fracasos de Putin), esta vez el movimiento de tropas ha sido mucho más limpio y ordenado, por lo que parece que las pérdidas han sido mínimas. Además, durante las últimas semanas también hemos presenciado la evacuación de la mayoría de la población civil de la zona. Con la ciudad libre tanto de civiles como de soldados, Rusia podría aprovechar ahora para intensificar los bombardeos en la ciudad. De hecho, durante estos últimos días se ha especulado sobre una posible trampa y emboscada rusa, pero las dudas se van calmando poco a poco.
Ningún analista se atreve a calificar la retirada como una estupidez e incluso muchos la valoran como una de las decisiones más sensatas. De hecho, el repliegue a la otra orilla del río Dniéper permitirá una mejor defensa de la zona en un momento en el que la contraofensiva ucraniana asustaba a más de uno en el Kremlin. Imágenes por vía satélite ya muestran que la cara oriental del río ya está fuertemente fortificada y se cuentan más de 150 km de trincheras.
Esta idea enroca con la llegada del invierno. En este punto debemos introducir un concepto ruso: raspútitsa, referido al fenómeno que ocurre cuando, a bajas temperaturas, en el sur de Ucrania (hablamos del frente de Jersón) la nieve y la lluvia se acabarán convirtiendo en lodo, lo cual dificultará sobremanera la capacidad de movimiento de ambas tropas. Es evidente que, llegado el invierno, la contraofensiva ucraniana se va a ver reducida, pero todo apunta a que las posiciones rusas pretenden frenarla en seco en ese punto y ofrecer una resistencia sin igual. Además, el frente que Rusia debe defender es ahora menor y está mucho más ordenado. Todavía podemos añadir que, con la llegada del invierno y la ralentización de las operaciones, Rusia tendrá más tiempo para una mayor reorganización y un nuevo planteamiento (si es que es necesario) de la guerra.
Con la capital de provincia bajo su poder, parece que el siguiente paso lógico será retomar toda la provincia. Como se puede entrever en estas líneas, la pérdida de la ciudad-capital es grave, pero más en términos simbólicos que militares. La verdadera perdida material se dará en el caso de que Rusia pierda el control total de la región, momento en el que la idea de llegar algún día a Odesa se vería muy lejana y, en cambio, Crimea muy cerca. Como ya hemos comentado, para controlar la región en su totalidad es necesario sortear el río Dniéper y vencer en la otra orilla las batallas que correspondan, por lo que ya adelantamos que el repliegue ruso también se articula dentro de esta lógica.
Además, la ciudad sirve de trampolín de lanzamiento hacia el sur, donde se encuentra Crimea. De hecho, Ucrania ahora tiene la capacidad de cortar el suministro de agua limpia proveniente del río Dniéper a Crimea. La necesidad de esta agua ha sido uno de los problemas que más ha preocupado a Putin desde 2014, año en el que toma la península.
Perder el sur de la región de Jersón sería desastroso, pues se perdería el pasillo terrestre que conecta Crimea con el resto de Rusia y que la invasión había permitido construirlo. Sin este corredor, Crimea volvería estar conectada únicamente por barco y por el puente de Kerch, el cual recordarán por haber sufrido un atentado no hace mucho tiempo. Tener el territorio de Crimea, siendo esta la joya de la corona de Putin, a punto de misil, elevaría el conflicto a límites hasta ahora no alcanzados. De hecho, algunos especialistas (concretamente Ben Hodges, excomandante estadounidense) apuntan a que el año que viene Crimea podría estar en el punto de mira ucraniano.
Lo que está claro es que Ucrania quiere velocidad. La contraofensiva se ha ejecutado a buen ritmo, pero no quieren perderlo ahora. Algunos analistas apuntan a que, además de la conquista completa de la provincia, los militares ucranianos podrian apuntar a las provincias de Zaporiyia y Lugansk (las dos inmediatamente al este de Jersón), pero otros muchos profesionales apuntan a que, con el invierno encima, la guerra puede estabilizarse e incluso estancarse en una guerra de trincheras.
¿Negociaciones?
Algunos analistas han entendido que la toma de la provincia multiplica las probabilidades de que se abra un plazo de alto el fuego e incluso de negociaciones hacia una paz definitiva. En estas últimas semanas han saltado a la luz conversaciones entre EE.UU. y Rusia, pero este canal abierto no tiene, en principio, mayor fin que el de evitar la escalada (la cual, por cierto, podría verse tras la pérdida de Jersón). Si bien es cierto que Kiev ahora parte, tras una contraofensiva en sus primeras fases veloz y con la toma de la ciudad, con una posición de mayor fuerza, no parece que ninguno de los dos protagonistas estén abiertos a este tipo de conversaciones.
Putin, al igual que para la defensa de la provincia de Jersón, también tiene la esperanza de que este invierno será duro tanto para la población ucraniana (de ahí que lleve semanas arrasando los sistemas eléctricos) como del resto de Europa (aunque la Unión parece preparada para este), algo que podría impulsar las negociaciones.
Es cierto que desde Occidente ya empiezan a surgir voces a favor de un final por la vía diplomática, pero no son excesivas. Biden, principal valedor de Zelenski, sigue apoyando sin miramientos las decisiones de este último. Sin embargo, otro dato a destacar es que un 48% de los republicanos creen que la intervención estadounidense en el conflicto está siendo ya excesiva... ¿las pasadas midterms pueden cambiar la política de Biden? Lo que es seguro es que habrá un mayor control y todas las medidas se leerán de forma más pausada. Está por ver cómo vende Biden todas estas políticas.
Ucrania, como ya comentamos, parte con una posición un tanto más fuerte que en el pasado, pero sigue siendo reacia. Por ahora la presión no es excesiva, pero Zelenski ya ha moderado el tono. Hasta hace unas semanas exigía que, para cualquier oportunidad de mantener conversaciones, Putin debía ser depuesto de forma previa. Ahora parece haber obviado este requisito tan remotamente probable, pero sigue exigiendo que hasta Crimea sea devuelta a Ucrania si a cambio quieren la paz. Por el otro lado, Putin tampoco parece dispuesto a entablar este tipo de conversaciones, y mucho menos lo hará sin cierta capacidad de maniobra con la que vender la paz como un triunfo para Rusia.
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