Islas Kuriles.

    Ucrania es el foco y mayor preocupación de Putin, pero el dirigente también debe vigilar el resto de puntos cardinales. De hecho, los cambios de planes y sucedáneos fracasos en la zona han provocado que el resto de la región se vuelva inestable, reviviendo conflictos que algunos hasta habían olvidado. Este año, tras décadas de silencio, Japón declaró que las islas Kuriles habían sido ocupadas de forma ilegal por Rusia, elevando sobremanera el tono sobre una cuestión geopolítica poco tratada. Veamos de qué se trata.


Una introducción. 

    Las islas Kuriles forman un archipiélago en la zona del Lejano Oriente. Son un total de 56 islas y llevan siendo las protagonistas de una disputa desde hace más de 80 años. Moscú las considera muy valiosas a razón de sus recursos naturales y pesqueros, pero también por sus reservas de gas y petróleo. Además, constituyen la puerta naval de Rusia al Pacífico Occidental. Por otro lado, Japón reclama la soberanía y devolución de cuatro de estas islas, concretamente las más cercanas a su territorio.

Mapa de las islas Kuriles (Flickr).

    Como es evidente, cada país tiene una visión distinta del conflicto. Estas islas fueron el botín de la URSS tras vencer a Japón durante la Segunda Guerra Mundial. El archipiélago fue una especie de promesa por parte de Estados Unidos a Stalin, pero en el último momento reconsideraron esta oferta. La razón principal fue la política de acercamiento que EEUU quería fomentar con Japón y, en definitiva, asegurar la permanencia de la isla en el bloque capitalista. Por ello, con reclamaciones de por medio, nunca se ha llegado a firmar un tratado de paz entre Japón y Rusia (URSS por entonces). Rusia y Japón siguen, de iure, en guerra. 

    Con una administración soviética y una constante reclama por parte del país nipón (además de una clara tendencia al bloque americano por estos últimos), las relaciones entre los países durante la Guerra Fría han sido tensas. Durante estos años, el nombre de algunas islas saltaba eventualmente a la mesa de negociación, pero nunca se llegó a un acuerdo. El objetivo de la URSS siempre fue la entrega de alguna de las islas a cambio de cierta ruptura en las relaciones Washington-Tokio, pero estos últimos nunca aceptaron. Con la caída de la URSS, los contactos se tornaron un poco más cálidos, llegando a firmar incluso acuerdos, mayor intercambio cultural e incluso conexiones logísticas entre nuestro querido archipiélago y Tokio.

    El asunto se volvió central durante el mandato de Shinzo Abe, a quien recordarán por haber sido asesinado este año. Los medios llegaron a informar de la posibilidad de hasta transferir las islas a Japón a cambio del reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea, pero el país nipón, muy cercano a Estados Unidos, no podía permitirse unas relaciones tan estrechas con Moscú. Las propuestas se sucedieron, pero nunca llegó a firmarse un documento. De hecho, algunos especialistas apuntan a que Putin tampoco podía permitirse ceder estas islas, pues se abriría la puerta a que se revisaran otros puntos y conflictos neutralizados durante las conferencias posteriores a la victoria alianza sobre Hitler, llegando al caso incluso de poner en riesgo otros enclaves como Kaliningrado. 

Shinzo Abe, antiguo primer ministro japonés (El Periódico).

    La posibilidad de un Tratado de Paz se disolvió por completo con la reforma constitucional de Rusia en 2020, en la que se prohibió la enajenación de cualquier territorio ruso. El fin de esta reescritura era asegurar que Moscú nunca despreciaría Crimea, pero también se tuvo en cuenta la cuestión de otros territorios. Desde entonces, las negociaciones han sido un mero ritual-espectáculo. 

¿Por qué este cambio de tono?

La situación y el conflicto en sí había permanecido en calma durante años, pero el conflicto ucraniano parece haber desplazado el tablero. El inicio de esta revitalización de la disputa lo encontramos en la adhesión de Fumio Kisida, ministro japonés, a las sanciones impuestas por Occidente contra Rusia. La respuesta de Moscú no se hizo esperar, cancelando cualquier privilegio en las relaciones. 

    Lo que presenciamos a mediados de primavera de este año fue un repentino cambio en las relaciones diplomáticas entre ambos países. De hecho, distintos medios señalan que desde 2003 el país nipón no había tratado el conflicto de esta forma "tan agresiva".  Japón declaraba su preocupación respecto a unos territorios en los que, según ellos, tenían derechos soberanos. Sin embargo, del otro lado de la mesa, la declaración era la contraria: las islas Kuriles son todas rusas. El primer y peor efecto de estas acusaciones, como ya hemos comentado, fue el final de un diálogo que, realmente, llevaba muerto años. 

    Este movimiento japonés no responde únicamente a la cuestión ucraniana. Debemos tener en cuenta que Japón, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se había cuidado de ser un país pacifista hasta la médula. De hecho, su propia constitución preserva esta idea, pues en su artículo noveno dictará que “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano”, e incluso llegó al punto de prohibir el ejército (únicamente cuentan con fuerzas defensivas). Esta política pacifista cada día es más cuestionada, pues los japoneses, al mirar el mapa de la región, se encuentran con una China imparable y una Corea nuclear, por lo que se ven obligados a acercarse a Occidente e intentar reorientar su no-política militar. Estos cambios vienen de la mano del Partido Liberal Democrático (PLD), que desde 2012 ya ha aumentado sus gastos militares al 1% de su PIB y mantienen la pretensión de cambiar la constitución para así eliminar estos límites pacifistas. En definitiva, con un tono más elevado sobre las islas Kuriles, el gobierno podría recibir un mayor apoyo desde el lado conservador de la sociedad, consiguiendo mayor legitimidad para sus tan ansiados cambios. 

Constitución japonesa (RoYuMi).

Conclusiones y pronósticos. 

    Como vemos, las negociaciones ya no son sólo lejanas, sino imposibles. Además, debemos advertir la mayor preocupación de Putin en este aspecto: la entrada de EE.UU. en la zona. Desde Moscú, el mayor argumento para rechazar cualquier tipo de concesión a Japón es que este podría permitir la instalación de bases estadounidenses, hecho que haría saltar todas las alarmas. 

    Respecto a una posible intervención nipona, a pesar del descrédito de las tropas rusas, parece improbable. Debemos tener en cuenta que Rusia podría apretar el botón nuclear ante una eventual incursión. Además, la política de Tokio sigue siendo a día de hoy la diplomática y no la militar, aunque esta puede cambiar en un futuro cercano. A futuro, parece que la estrategia japonesa se fundamenta en su poderío económico, con el cual pretende apretar el cuello ruso (mucho más si tenemos en cuenta la situación en Ucrania y la futura posguerra). 

    Respecto a la constitución japonesa, una posible reforma necesita de un apoyo de dos tercios en cada cámara, apoyo excesivo al que se suma una sociedad japonesa centrada en otros problemas que entienden de mayor relevancia (como la inflación). Sin embargo, y a pesar de la falta de consenso, algunas encuestas ya apuntan a que una mayoría de la opinión pública estaría dispuesta a una ampliación de las capacidades militares. De hecho, hace menos de una semana Japón anunciaba el incremento del porcentaje de su PIB dedicado a asuntos militares, que ascendería en 2027 al 2%. Si tenemos en cuenta que Japón es una de las mayores economías mundiales, podemos destacar que ese 2% japonés equivale al PIB total de países como Chile. 

BIBLIOGRAFÍA.

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